lunes, 23 de abril de 2018

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lunes, 12 de marzo de 2018

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¿Cómo pelean los ángeles contra los demonios?


¿Tienen espadas o sables especiales de ángeles?

En su carta a los Efesios, san Pablo escribe: “Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio”. (Efesios 6,12)


En otras palabras, existe una batalla espiritual a nuestro alrededor que no podemos ver. Esta realidad es difícil de sondear, pero está confirmada a lo largo de la Biblia, incluso en la vida de Jesús cuando se adentró en el desierto a enfrentarse al diablo. En ocasiones quizás nos preguntemos qué aspecto tiene en realidad esta “lucha espiritual”. ¿Está repleta de espadas, escudos y armaduras o hay sables especiales de ángeles?

¿Cómo combaten exactamente los ángeles a los demonios?

Para empezar, el Catecismo de la Iglesia Católica explica su naturaleza.

San Agustín dice respecto a ellos: “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”

El Catecismo de Baltimore afirma sucintamente la misma creencia, con una pequeña aclaración.

¿Qué son los ángeles? Los ángeles son espíritus creados, sin cuerpo, con entendimiento y libre albedrío.

De igual modo que Dios es por naturaleza un espíritu puro, los ángeles son espíritus puros, sin cuerpo. Así, están hechos a semejanza de Dios de una forma que los humanos no están. A menudo se representan a los ángeles con “alas”, no porque las posean, sino porque así se simboliza su velocidad y su función como mensajeros.

Aunque no posean cuerpos como nosotros, son capaces de luchar contra otras criaturas espirituales. El ejemplo más famoso está en el libro de Apocalipsis, donde el Arcángel Miguel expulsa a Satán del cielo.

Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. (Apocalipsis 12,9)

Este pasaje no nos ofrece ninguna idea nueva, más allá del hecho de que los demonios pueden ser “arrojados”. Dado que son puro espíritu, esto no fue un acto físico, sino espiritual.

El filósofo Peter Kreeft ofrece una explicación posible en su libro Angels and Demons [Ángeles y demonios], donde describe cómo se comunican los ángeles entre ellos.

Los ángeles se comunican de inmediato, de mente a mente, sin ningún medio como el aire o los oídos o siquiera palabras: directa telepatía mental. 

Una forma de imaginar esta batalla ente ángeles y demonios es como una lucha de intelectos, más que una de espadas. No hay nada material en su contienda, algo difícil de concebir desde nuestro punto de vista. Por eso los artistas siempre han representado a ángeles y demonios de forma física con escudos, espadas y armaduras. Es mucho más fácil para nuestra mente concebir una lucha física que una inmaterial.

No resulta muy emocionante pintar una batalla entre dos criaturas que se parecen más a los electrones que a los humanos.

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¿Un católico puede tener supersticiones?


Superstición viene del latín, de la palabra superstitio, que a su vez procede de: super, encima; stare, permanecer. El sentido etimológico, por tanto, nos lleva a todo aquello que está por encima de lo establecido, lo que pervive en la mente de la gente como algo sobreañadido.


¿En qué consiste la superstición?

Yendo a la definición, esto es lo que dice el Diccionario de la Real Academia Española: “Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”.

Por tanto, hablamos de una creencia, pero de una creencia que es extraña a la fe y se sitúa fuera del ámbito de lo religioso. Y además es contraria a la razón, porque en la fe, si bien no hablamos de saberes racionales, porque muchos exceden las capacidades intelectivas del ser humano, sí los consideramos razonables, conforme a la razón de la persona.

Hablamos, entonces, de una “creencia irracional”. Por ejemplo, el famoso Diccionario Espasa, cercano ya a cumplir un siglo, nos da una segunda definición después de la ya recogida por la RAE: “Creencia ridícula y llevada al fanatismo sobre materias religiosas”. La connotación es claramente negativa.

¿Desde cuándo el hombre es supersticioso?

Creo que no nos equivocamos si decimos que ha existido siempre. Pensemos en amuletos, ritos, costumbres sin mucho sentido práctico… en todas las épocas de la historia y en todos los lugares del mundo.

Pero hemos de tener en cuenta que normalmente la etiqueta de “superstición” ha sido puesta por algunas culturas y civilizaciones a actitudes y prácticas de otras culturas o grupos anteriores, contemporáneos y vecinos, o a sectores de su propia población, con un claro componente crítico y de afirmación de lo positivo de la propia posición frente a lo que se considera inferior o menos formado.

Un ejemplo: los antiguos griegos llamaban deisidaimonía al comportamiento religioso que nacía de un miedo no racional, sin motivos, y por ello fruto de ignorancia, en presencia de los dioses, a los cuales se atribuía la facultad o la voluntad caprichosa de intervenir en la vida de los hombres.

Los romanos le daban un sentido de exageración en la práctica religiosa. Así, religio sería la relación correcta con los dioses, mientras que superstitio denotaría una relación incorrecta.

¿La superstición tiene algo que ver con la magia?

Claro que sí. Acabamos de ver cómo el mundo clásico se refiere a la superstición como una actitud personal que responde al miedo y a la ignorancia.

Por eso se ponen en práctica acciones rituales y prácticas religiosas encaminadas a dos objetivos principales. El primero, alejar el miedo bajo cuya amenaza se está o las intervenciones nocivas de los dioses. Es un objetivo defensivo.

El segundo consiste en obtener también de los dioses protección y benevolencia en determinadas circunstancias, o bien, por motivos de escrúpulo interior, satisfacer de modo sobreabundante la deuda religiosa con los dioses.

Estamos hablando aquí de algo que, si no es magia, se le parece mucho: una relación en la que la persona quiere tomar el control y dominar, en la medida de lo posible, aquellas fuerzas sobrenaturales que le sobrepasan y con las que quiere estar en paz.

Ya lo decía Cicerón: “Se llama supersticiosos a quienes rezan u ofrecen sacrificios todos los días para que sus hijos les sobrevivan”.

¿Desaparecen las supersticiones cuando se produce la evangelización?

Cuando una cultura se encuentra con el Evangelio de Cristo, cuando recibe este regalo, el mismo encuentro trae consigo la exigencia de dejar de lado todas esas actitudes religiosas irracionales para convertirse al Logos, al Señor Jesús, único Dios, razón de todo lo que existe.

Sin embargo, la realidad nos muestra que las supersticiones no desaparecen. En primer lugar, porque no todos acogen la buena noticia y se convierten. Y en segundo lugar, porque los que se convierten continúan bajo la influencia de nuestra naturaleza humana, débil y pecadora.

El papa Francisco se ha referido precisamente a esto en la exhortación apostólica Evangelii gaudium cuando escribe: “en el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas” (n. 69).

¿Qué han dicho los Padres de la Iglesia sobre la superstición?

El apologista Lactancio, del siglo III, amplió lo que decía Cicerón de los supersticiosos. Es muy interesante este cambio cristiano del sentido de la palabra.

Fíjense: “los supersticiosos no son aquellos que esperan que sus hijos les sobrevivan —eso lo esperamos todos—, sino quienes veneran la memoria de los difuntos para que sobreviva a ellos, o incluso aquellos que mediante imágenes de sus padres rinden culto como lo hacen con sus dioses penates”.

Así, Lactancio contrapone religión a superstición, identificando la superstición con la idolatría, algo incompatible con la fe monoteísta del cristianismo.

Si vamos al siglo siguiente, el gran san Agustín da un paso más, afirmando que las supersticiones no son otra cosa que la supervivencia del paganismo, de la idolatría que no acaba de desaparecer en los corazones de los hombres a pesar de la difusión de la religión cristiana, que para entonces ya estaba bastante extendida en el Imperio romano.

Veamos lo que dice: “Es supersticioso aquello instituido por los hombres para crear ídolos y venerarlos o rendir culto a una criatura o parte de una criatura como si se tratase de Dios, o para consultar a los demonios y sellar a través de ciertos acuerdos una comunicación con ellos”.

¿Qué dice el Magisterio de la Iglesia?

Un católico no debe tener supersticiones, no son coherentes con la fe. El mismo Catecismo de la Iglesia Católica deja clara la postura creyente frente a la superstición. El contexto es el primer mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Y nos dice, este texto que transmite la fe de la Iglesia, que “el primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo”.

Claro, leemos esto y pensamos enseguida en el politeísmo, en la idolatría, en la adoración de otros dioses. Sin embargo, el Catecismo aclara que el primer mandamiento también “proscribe la superstición”, que “representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión” (CEC 2110).

Y el Catecismo dedica un número a explicar la superstición, el n. 2111: “La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición”.

Como puede verse, el Catecismo es valiente a la hora de hacer una denuncia profética no sólo de una superstición externa y pagana, que demuestra la superioridad del cristianismo, sino del riesgo interno de vivir los sacramentos y los ritos católicos de forma supersticiosa, con una actitud mágica.

Así que no sólo es negativo y reprobable creerse lo del número 13, los gatos negros, pasar debajo de una escalera… sino también un entendimiento de este tipo de los sacramentos y de los sacramentales de la Iglesia. Porque, no podemos negarlo, hay gente que entiende así el bautismo, la comunión, el agua bendita, las bendiciones, la ceniza, etc.

¿Cuándo es pecado la superstición?

La superstición es objetivamente un pecado contra el primer mandamiento, como señala el Catecismo. Contra Dios y la adoración que le debemos.

Por supuesto, habría que tener en cuenta la imputabilidad en la persona, porque pueden darse muchas circunstancias que intervengan.

Quizá alguien es lo que ha recibido por formación, o lo que ve en el ambiente, o lo vive por un miedo invencible… o nunca le ha oído a un sacerdote, a un catequista… hablar sobre esto.

Pero sí lo es, sin duda, en tanto que el pecado es una ofensa a Dios, la superstición lo es, porque aparta nuestro corazón de Él.

Recordemos cuál es la definición de pecado mortal: “aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior” (CEC 1855).

Y, al fin y al cabo, ¿no es precisamente esto la superstición? Claro, para que se dé este pecado grave, se requiere que haya plena conciencia y entero consentimiento, que sea una elección personal.

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jueves, 8 de marzo de 2018

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¿Por qué un sacerdote se viste con esas extrañas ropas?


Dios sabe que necesitamos de Su ayuda, de Su perdón y Su bendición. Por eso, Jesús, al estar con nosotros, llamó a varios muchachos para que lo siguieran. Los hizo sus discípulos para enseñarles cómo es el Amor de Dios, y les pidió ir por el mundo llevando ese Amor a todos los hombres.


Aquellos muchachos continuaron con esa misión después de que Cristo subió al Cielo: enseñaban como Jesús, amaban como Él, atendían a los enfermos, a los pecadores y “partían en el pan” entre los hermanos, tal como hizo Jesús en la Última Cena.

Hoy en día, llamamos “sacerdotes” a los que continúan aquella labor entre nosotros: muchachos que se han sentido llamados a servir con el mismo amor de Cristo hacia los pobres, a los pecadores, los tristes y los enfermos. Para hacerlo, necesitan prepararse varios años: estudian, hacen oración y responden positivamente a lo que Dios les va pidiendo cada día porque quieren ser “otro Cristo” entre nosotros.

Por eso al sacerdote lo respetamos y queremos, porque es un hombre elegido por Dios. Y ha recibido la autoridad para ayudarnos, para perdonar nuestros pecados en nombre de Dios y darnos los Sacramentos que nos llenan de la bendición de Dios. Demos gracias por nuestros sacerdotes! ¡Hagamos oración por ellos y pidamos que de nuestra familia también surja un sacerdote.

Un sacerdote debe revestirse de Dios, vamos a aprender cómo lo hace:

1. Sobre su ropa, coloca una túnica blanca llamada “Alba”, que simboliza la inocencia y pureza del corazón de un sacerdote.

2. El Alba es atada por un “cíngulo”, o cinturón que representa “la castidad”, es decir, que sólo está atado al Amor de Cristo por la Iglesia.

3. Luego, sobre sus hombros se coloca la “estola” que es signo de autoridad y del poder que Cristo le concedió. Siempre debe usarla para oficiar la Misa o para celebrar cualquier Sacramento.

4. Finalmente se coloca la “Casulla” que significa “pequeña casa”, y que representa la santidad del sacerdote que es cobijado por Dios y que quiere cobijarnos a todos bajo el santo Amor de Dios.

Artículo originalmente publicado por Desde la Fe 

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jueves, 28 de diciembre de 2017

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¿Quién era Herodes, el que quería ser “grande”?


En su juventud mató a Malic, el hombre que había envenenado a su padre. Encarceló a su propio hermano, Fasael, que, llevado por la desesperación, acabó suicidándose. Mató a su propia esposa, Marianne I, y, unos años más tarde, mató también a los dos hijos que había tenido con ella, Alejandro y Aristóbulo. Cinco días antes de morir, aún llegó a mandar ejecutar a otro hijo, Antípatro, nacido de Doris, que había sido otra de sus esposas.

Mandó construir obras a la altura de lo que consideraba su “grandeza”. Dedicó diez años a la reconstrucción del Templo de Jerusalén, ese mismo templo respecto que tanto enorgullecía a los judíos, y del cual, una vez, dijeron fascinados los discípulos de Cristo: “Mira, Maestro, ¡que piedras y que construcciones!” (Mc 13,1). Pero no quedó piedra sobre piedra pues el templo, hecho por manos humanas, fue destruido en la guerra judía de 67-70 d.C.

Y no sólo mandó construir el Templo. También ordenó la edificación de templos paganos, incluso en honra del “divino Augusto”, el emperador romano. Hizo en Jerusalén un teatro y un anfiteatro. Después de reformar la fortaleza de los Macabeos, le cambió el nombre por el de Fortaleza Antonia, por halagar a su protector romano, Marco Antonio.

Mandó edificar un magnífico palacio real al noroeste de la ciudad. Revitalizó la ciudad de Samaria, que rebautizó como Sebaste para adular a Augusto – porque Sebastos es el término original griego para el latinizado Augustus. Mandó construir el palacio-fortaleza Haerodium, al sur de Belén. Hizo levantar Cesarea Marítima, la nueva capital, en la costa del Mar Mediterráneo.

Se sentaba en el trono de una corte pagana que sobrepasaba en mucho a todas las demás de Oriente en podredumbre y obscenidad.

Quería ser uno de los “grandes” de la historia.

Y la historia, siempre dispuesta a adular de alguna forma a los humanamente poderosos, le concedió el título tan obsesivamente deseado.

El es Herodes, el Grande.

Pero Herodes, el Grande, quedó un día profundamente perturbado (cf. Mt 2,3).

Fue porque algunos magos le habían anunciado que había nacido el “Rey de los judíos”. Y la supuesta “grandeza” de Herodes, desde ese momento en adelante, se empequeñeció aún más hasta tener el tamaño de una única y determinante preocupación: “¿Quién era ese que podría derribarle del trono?”.

El grito de alarma latía en su mente enferma e hizo que su inhumanidad concibiera a un monstruo: si el “Rey de los judíos” había nacido hace poco tiempo, no podría tener más de un año de edad. Tal vez un año y medio. ¿Cómo identificarlo? No era necesario. Bastaba destruirlo, fuera quien fuera. Bastaba exterminar a todos los niños menores de dos años de edad.

Y Herodes, el Grande, lo hizo.

***

Pasó el tempo.

Después de seis meses de una enfermedad cruel y devastadora, inmune a las “grandezas” de los hombres y acompañada por un cortejo de gusanos que ya en vida le corroían el cuerpo, murió en Jericó el rey Herodes, el Grande.

Flavio Josefo, el célebre historiador de esos tiempos, relata que el funeral del “grande” rey fue del máximo esplendor: su cadáver, podrido en todos los sentidos, yacía sobre una litera de oro, tachonada de perlas y piedras preciosas de varios colores, recubierta de un manto púrpura; también el muerto vestía púrpura y una tiara a la que se sobreponía una corona de oro; a su derecha yacía el cetro.

Pero los seis meses de agonía dolorosa no habían encendido en el alma cruel de ese rey ninguna chispa de conciencia. Lejos de eso, Herodes, el Grande, aún maquinó su barbaridad postrera y dio ordenes a su hermana, Salomé, de que detuviera a todos los nobles del reino en Jericó para ser ejecutados en el mismo instante en que él muriera.

Según Flavio Josefo, Herodes habría dicho a Salomé: “Sé que los judíos festejarán mi muerte. Mientras tanto, aún puedo ser llorado por otras razones y tener un funeral espléndido si sigues mis orientaciones. Estos hombres que están presos, cuando yo expire, mátalos a todos, después de rodearlos de soldados, para que todos en Judea y todas las familias, aunque no quieran, derramen lágrimas por mí”.

Salomé, felizmente, desobedeció y libertó a los prisioneros después de la muerte del “Grande” hermano.

La tragedia perpetrada por los “Grandes” de la historia, sin embargo, nunca terminó. De “Grande” en “Grande”, la matanza de los inocentes continua hasta nuestro tiempo, y al mismo tiempo también prosiguen las grandiosas construcciones dirigidas a aumentar la apariencia de grandeza de nuestra civilización y de su poderío material. Entre las faraónicas y admirables obras que la grandeza humana no cesa de incrementar, permanece vivo Herodes, el Grande, en la violencia, la corrupción, la promiscuidad, el asesinato, la guerra, la explotación, el hambre y, muy significativamente, en el exterminio voluntario e implacable de los pequeños inocentes. Herodes vive.

Pero no consiguió matar a Jesús.

No lo consigue porque, hoy como ayer, incluso en medio de la más densa de las noches, Dios siempre manda ángeles a miles de Josés que aún oyen sus consejos y se disponen, con prontitud, a renunciar a todo con el fin de salvar la vida de los pequeños e inocentes.

Josés soñadores, tal vez, a los ojos de los hombres. Pero muy despiertos a los ojos de Dios.

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6 datos que tal vez no conocías de los Santos Inocentes


En el marco de la Fiesta de los Santos Inocentes, hace un año el SIAME publicó un artículo del P. Sergio Román, en el que presenta 6 datos que tal vez no conocías sobre estos mártires cuyas muertes siguen repercutiendo en la sociedad de hoy.

1. La muerte de los Santos Inocentes fue un genocidio

Herodes les dijo a los Magos de Oriente que estaba muy interesado en el rey que acababa de nacer y les pidió que a su regreso le informaran sobre éste para ir también a adorarlo. La estrella guio a los magos hasta el Niño, y cumplida su misión, regresaron a sus patrias por otros caminos, pues un ángel les avisó en sueños que Herodes quería matar a Jesús.

Engañado por los Magos, Herodes pidió matar a todos los niños menores de dos años con el deseo de acabar con aquel Rey nacido en Belén, que ponía en peligro su propio reinado.

Se produjo un genocidio conocido como la matanza de los inocentes. La Iglesia los recuerda el 28 de diciembre, unidos a la Navidad, porque ellos no murieron por Cristo, sino en lugar de Cristo.

2. El rey que los mandó a matar ya era conocido por sus crímenes

Así se hacía llamar aquel rey de Palestina, títere del imperio romano. Fue grande porque supo ganar guerras y conquistar tierras para su reino, pero también por sus crímenes: se casó con Mariamme, hija del sumo sacerdote Hircano II. Temeroso de que aspiraran a su reino, mandó matar a su yerno, José; a Salomé; al sumo sacerdote Hircano II; a su esposa Mariamme; a los hermanos de ella, Aristóbulo y Alejandra; a sus propios hijos, Aristóbulo, Alejandro y Antípatro.

Cuando se sintió enfermo mandó encerrar a todos los personajes importantes de Jericó con la orden de que tan pronto como muriera los mataran a flechazos. Muerto Herodes, no se cumplió esta orden. Con estos datos, podemos comprender que para él fue fácil mandar matar a los Santos Inocentes. ¿Cuántos fueron? Hoy se sabe que Belén no debió tener más de mil habitantes y que a ese número, probablemente, correspondería una población de 20 niños varones.

3. La cueva de Belén se dedicó a su memoria

Santa Elena, madre del emperador Constantino, que dio paz a los cristianos en el siglo IV, construyó una Basílica sobre la cueva de Belén en la que nació el Niño Jesús. Esa Basílica, reconstruida, todavía existe y guarda en su cripta la preciosa cueva en donde una estrella de plata señala el lugar del santo nacimiento. “Aquí nació Jesucristo de María la Virgen”, dice la inscripción en Latín.

La cueva de Belén es un sistema de cavernas que se prolongan debajo de la antigua basílica y del templo católico de Santa Catalina. En una de estas cavernas fueron encontrados restos de niños enterrados. El primer pensamiento fue que eran los restos de los Santos Inocentes, pero los féretros correspondían a una época muy posterior. De todos modos, esa caverna se dedicó a la memoria de los Santos Inocentes.

4. Juan el Bautista se salvó de la persecución

Ain Karen es un pueblo cercano a Jerusalén. Según la tradición, es el lugar de “La Visitación” y del nacimiento de Juan el Bautista. Éste era mayor que Jesús tan solo seis meses y existe la leyenda de que también iba a ser víctima de Herodes. Perseguida su madre, Isabel, por los soldados asesinos, buscó una roca en el monte detrás de la cual ocultó al pequeño Juan antes de que los soldados la alcanzaran.

Cuando los soldados le dieron alcance, la registraron y buscaron incluso detrás de la roca, pero no vieron nada. Cuando se fueron, Isabel corrió a buscar a su niño y descubrió que la roca se había ahuecado para dar lugar en su interior al pequeño perseguido y así se salvó Juan el Bautista. En la Basílica de la Visitación, sobre el monte, se guarda una extraña roca ahuecada que recuerda esta anécdota.

5. En la actualidad existen santos inocentes

La celebración litúrgica debe recordarnos no solo a aquellos niños asesinados en lugar de Cristo, sino a todos aquellos inocentes perseguidos y asesinados en la actualidad. Los humanos somos capaces de monstruosidades que nos avergüenzan.

Seguimos asesinándonos por motivos religiosos, políticos, económicos y cada vez que denunciamos uno de estos crímenes clamamos indignados “¡Nunca más!”, para luego repetir la historia. No permanezcamos indiferentes ante estos genocidios, despertemos en nosotros la solidaridad y unamos nuestras voces y nuestras acciones a las de estos inocentes que siguen muriendo en lugar de Cristo.

6. Surgieron tradiciones populares a partir de esta fiesta litúrgica

La vida cristiana hace surgir tradiciones populares que refuerzan la celebración de las fiestas y las hace memorables. En Hispanoamérica es costumbre realizar bromas de toda índole.

Fuente: AciPrensa

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miércoles, 27 de diciembre de 2017

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6 razones de por qué María de Guadalupe es la Madre de Mexico


Y fue en el año de 1531, en tiempos de la conquista de los españoles en territorio mexicano, que Dios volteó a ver éste puntito del mapa, y quiso acercarnos más aún a Su Madre, y nos la mostró ¡¡muy parecida a nosotros!! Como una mujer de tez morena y estatura baja. Traía su cabello suelto, lo cual era símbolo para los aztecas de virginidad, pero tenía también una cinta en su vientre indicando su embarazo, y con él, el nacimiento de una nueva era. Estaba cubierta por el sol, y tenía el mismísimo cielo como su manto. Se presentó a sí misma como la: “Siempre Virgen María de Guadalupe, Madre del Verdadero Dios por quien se vive.”

Hay varios aspectos enlistados a continuación en donde observamos el amor de una nuestra Madre, representado en tan solemne imagen:

1. Amor

¿Alguna vez te has puesto a pensar la frase con que nuestra Santísima Madre se dirige a Juan Diego?: “Hijo mío, a quien amo tiernamente como a un hijo pequeñito y delicado…” ¿No es ésta la ternura característica en las madres? ¡Cuánto amor tan profundo hay en una persona para dirigirse de esta manera hacia otro! ¿En dónde se puede encontrar un amor tan puro y lleno de sentimiento? Qué hermoso legado nos ha dejado Jesús al pie de la Cruz.

2. Inclusión

Ninguna madre excluiría a ninguno de sus hijos, por más diferente que sea uno de los demás. Por más terrible que sea uno del otro, ellas solo saben amar por igual. Y nuestra amadísima Madre nos quiso dar a entender esto en sus manitas. Una es más morena que otra, esto nos muestra el mestizaje que empezó a reinar en la época de la conquista, incluyendo españoles como indígenas.

3. Dar lo mejor a sus hijos

Alrededor de su vientre la Virgen tiene una cinta que simboliza a una mujer embarazada. Hay alguien retoñando en su vientre, y que ella quiere dar gustosa a un pueblo recién descubierto. Nuestra madre nos ama, y es tanto su amor por nosotros, que vino a darnos un regalo único para toda América, un regalo para lo cual Ella fue la elegida. Es por medio de la Santísima Virgen de Guadalupe que Jesucristo entra al Continente. Como si ella estuviera deseosa de dejarnos lo mejor para sus hijos.

4. Madre única

Toda la plática entre ella y Juan Diego se da en el monte Tepeyac. Éste monte era el sitio de adoración de los aztecas a su diosa “Tonantzin” cuyo significado es: “nuestra madre venerada”. No es casualidad que la Santísima venga a declarar una exclusividad de madre, sabe que es la única que nos puede abrigar con ese amor, por eso quiere que en ese cerro sea exclusivo para su veneración. No solo como la única Madre, sino también como la verdadera Madre que es.

5. Promesa de protección

El nombre Guadalupe es una palabra difícil de que existiera en el lenguaje náhuatl. Pero ¿Por qué ha hecho ella, que en los labios de aquél indígena se pregonara esta palabra? La palabra Guadalupe, puede ser semejante a la palabra náhuatl “Coatlallopeuh” que significa: “La vencedora de la serpiente” recordándonos aquella profecía del Génesis 3,15 que dice que por amor Ella nos protegerá siempre de todo mal.

6. Amor eterno

Luego de 1500 años de los días de Jesús, María se mostró bajó la forma de la Virgen de Guadalupe, para decirnos: “¿No estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?” Estas palabras que se guardan en una promesa eterna de amor, protección y maternidad siguen haciendo arder nuestro corazón de amor. Una tilma no es de larga duración, se estima no mayor a 50 años, más esta tilma ha estado con nosotros por casi 500 años como si ella nos dijera “Mi amor estará con ustedes por la eternidad”. 

Y hoy nos toca decirle nosotros a nuestra Madre: ¡Gracias por quedarte con nosotros! Gracias por tu constante “SÍ”. Gracias por tus cuidados y tu protección. Gracias por luchar con nosotros, y por tu oración de cada día. Ayúdanos a sentirte cerca. A sabernos tus hijos, y saber que somos de Ti. A ver a Tu Hijo en las flores, en el viento, en la sonrisa de un niño. ¡Te amamos, Madre! ¡Feliz día de las Madres! 

Por: Alonso Ramírez - Catoliscopio.com

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