viernes, 24 de noviembre de 2017

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¿Por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su Faz en el sepulcro?


El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, nos habla de un lienzo que había sido colocado sobre la Faz de Jesús cuando Él fue sepultado, al final de la tarde del Viernes Santo.

Ocurre que, después de la Resurrección, cuando el sepulcro fue encontrado vacío, ese lienzo no estaba caído a un lado, como la sábana que había envuelto el Cuerpo de Jesús. El Evangelio reserva un versículo entero para contarnos que el lienzo fue doblado cuidadosamente y colocado a la cabeza del túmulo de piedra.


Pero ¿por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su cabeza en el sepulcro después de resuscitar?

Bien pronto por la mañana de domingo, María Magdalena fue hasta el lugar y descubrió que la pesadísima piedra que bloqueaba la entrada del sepulcro había sido quitada. Ella corrió y encontró a Simón Pedro y a otro discípulo, aquel a quien Jesús tanto amaba – San Juan Evangelista – y les dijo:

“¡Retiraron el Cuerpo del Señor y no sé a dónde Le llevaron!”
Pedro y el otro discípulo corrieron hasta la tumba. Juan pasó delante de Pedro y llegó primero. Se detuvo y observó los lienzos, pero no entró. Entonces Simón Pedro llegó, entró en el sepulcro y vio los lienzos allí dejados, mientras que el lienzo que había cubierto la Divina Faz estaba doblado y colocado a un lado.

¿Esto es importante? Definitivamente.

¿Esto es significativo? Sí.

¿Por qué?

Para poder entender el significado del lienzo doblado, tenemos que entender un poco la tradición judía de la época.

El lienzo doblado tiene que ver con una dinámica diária entre el amo y el siervo – y todo niño judío conocía bien esa dinámica. El siervo, cuando preparaba la mesa de comer para el amo, procuraba tener la certeza de hacerlo exactamente de la manera deseada por su señor.

Después que la mesa era preparada, el siervo quedaba esperando fuera de la visión del amo hasta que él terminase de comer. El siervo no se atrevería nunca a tocar la mesa antes de que el amo hubiese acabado. Al terminar, el amo se levantaría, se limpiaría los dedos, la boca y la barba, haría una bola con el lienzo y lo dejaría en la mesa. El lienzo arrugado quería decir: “He terminado“.

Ahora bien, si el amo se levantara y dejara el lienzo doblado al lado del plato, el siervo no osaría tocar aún la mesa, porque ese lienzo doblado quería decir: “¡volveré!”.

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